lunes, 30 de noviembre de 2009

Parecía que estaba sola...

Ella caminaba despacio, somo si no quisiera llegar nunca a su destino. Bueno, nunca no. Ella no usa esa palabra. Digamos entonces que quería tan solo restrasar su llegada.

Aminora la marcha a cada paso, se detiene en todos los semáforos, se para en los escaparates apenas iluminados, se detiene ante esa Tv que solo anuncia una cadena de electrodomésticos, lee el cartel de la churrería cuyas líneas conoce de memoria...
Sus pasos cada vez son más cortos, avanza como los niños pequeños suben y bajan las escaleras: apoyando los dos pies en cada escalón.
Así caminaba ella, sin dejar ni una sola baldosa sin pisar, intentando parar cada gota que caía, evitándo que llegaran al suelo para terminaran su trayectoria sobre ella, para que resbalen y caigan y se enreden en sus pestañas y se cuelen por el interior de su camisa y se queden en la comisura de sus labios y empapen su cigarro hasta apagarlo...

Las quiere todas sobre ella. Y la gente la mira apenas unas décimas de segundo mientras corren buscando refugio bajo la parada del bus o el bajotecho del Miniterio.
Las quiere todas sobre ella. Y la gente no pude entenderlo.
Las quiere todas para ella, como aquel Hombre de Negocios que contaba las estrellas y las poseía, ella contaría todas las gotas que la golpearan y las haría suyas, como a esa gota que cayó y consiguió colarse un poco más, esa que saboreó.



- Vienes empapada. Estas llena de gotas. - afirma sin sorpresa Cabeza de Rosa
- No. Esta vez no.

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